Poema de Manuel Luna Mejia

luna mejiaNació en Santa Rosa de Copán. Fue un poeta y diplomático. Realizó estudios secundarios en Guatemala y superiores en nuestro país, alcanzando el título de abogado. Fue embajador de Honduras en El Salvador y diputado del congreso nacional. Dónde en 1967, le tocó presentar un proyecto de decreto tendiente a reinstaurar la entrega de los premios nacionales de arte, ciencia y literatura, los cuales habían dejado de otorgarse desde 1958. Como periodista, colaboró en los diarios La Época y El Cronista. En 1958 se le concede el Premio Nacional de la Literatura. Es miembro de la Academia Hondureña de la lengua. Falleció en 1998.

El Poema del Amor y la Vida (Otra Versión)

I

La vi y la amé, por buena, por su bondad sincera
y por su amable doncellez florida.

Eran los años de la azul quimera,
y por su amor… aventuré en la vida.

Recuerdo siempre su actitud señera,
ante el dolor de cada despedida.
Fue la deidad de mi ilusión primera
más que adorable y siempre contenida.

Firme en su afecto. En su pasión austera,
jamás la intriga contumaz y artera,
halló en su noble corazón cabida.

Serenamente, resistió la espera.

Y atrincherada en su virtud procera
nunca pensó su idealidad perdida.

II

Y… el tiempo anduvo con febril premura.

Rutas distintas nos marcó el destino.
Caí en la red de una pasión impura

E incierto y triste se tornó mi sino.

Ella, en cambio, con fe que aún perdura

Y cómo guiada por un don divino,
se mantuvo -lumínica- en la altura.
De su espíritu noble y diamantino

Astral, invicta, inmarcesible y pura,
la vi después, bajo mi noche obscura,
con mágico encanto sibilino;

y cuando era más honda mi amargura,
ella, la concreción de la ternura,
fue la estrella polar en mi camino.

III

Y así… plena de luz, resplandeciente,
con la voz del perdón vuelta fulgores,
trajo la paz al corazón doliente,
música al alma y a mi huerto flores.

Amor sin parangón, amor ingente,
sin recelos, sin odios, sin rencores,
amor ultrarromántico y vidente
resumen de mis sueños redentores.

Hoy marchamos los dos, confiadamente,
por el sendero azul y confidente,
que miró nuestro amor en sus albores;

y así… hemos de marchar eternamente,
porque es ella mi afán, mi amor vehemente,
el sacrosanto amor de mis amores.

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